<
>

ilustración de Nuria Cuesta

Paraísos personales

El célebre neurólogo Oliver Sacks describe en su autobiografía El niño Tungsteno la explosión de bombas en el jardín de su casa durante la II Guerra Mundial y el recuerdo de ver a su hermano con cubos de agua para apaciguar el impacto.

Sin embargo, Sacks confiesa en una entrevista con Eduardo Punset que su familia le confirmó que él nunca había sido testigo de esos hechos, sino que su hermano lo había descrito en una carta y su imaginación la había traducido en recuerdo. Prueba irrefutable de que las memorias son fórmulas imperfectas de añoranza, ficción y leyenda. Acompañadas, generalmente, de ingentes cantidades de vanidad para sumar bonus hacia la eternidad. "No hay nada más indulgente que la fe en un dios doméstico". Decía Kafka. Y tal vez por eso las autobiografías son siempre homenajes y nunca venganzas. Excepto para Bukowski, que optó por mecanografiar la miseria personal para alcanzar el olimpo mientras buscaba el acceso directo al infierno. Víctima de una incongruencia de la insoportable levedad del ser, pero fiel a la RAE. Autobiografía: Vida de una persona escrita por ella misma.
Nuestras historias son carne de photoshop. Customizaciones biográficas. Circuitos de autoindulgencia hacia el honor personal con neumáticos a los lados para mitigar siniestros totales contra la culpa. Pinturas dalinianas. Micropartículas de realidad y sobredosis de romanticismo y desproporción.
Pero siempre hay excepción. Y Günter Grass confirma la regla. El Premio Nobel de Literatura alemán y comprometido activista de izquierdas reconoció en su autobiografía Pelando la cebolla haber pertenecido a los grupos nazis de élite en su juventud. El escritor se refugió en su aforismo "Es necesario retroceder para avanzar" y siguió caminando. Hacia delante. Pero la polémica liderada por la ira y la decepción de los círculos progresistas a raíz de la confesión demostró que estética es preferible a la honestidad. Los lectores de las autobiografía son admiradores dispuestos al fanatismo, nunca a la decepción. Y los escritores de autobiografía son cazadores de condescendencia y detractores del paredón.
Sin embargo, jactarse de la estupidez personal apoyado en la omnipotencia del éxito es otra fórmula de trascender al propio mito. El también Premio Nobel V.S. Naipaul confesó a su biógrafo en tono heroico haber sido el "asesino" de su esposa, a quien había humillado durante el matrimonio y que falleció mientras se recuperaba de un cáncer poco tiempo después de leer una entrevista en la que el literato confesaba que nunca se había sentido atraído por ella y que siempre había recurrido al servicio de prostitutas. Talento y esperpento. Talentoso esperpento. El orden de los factores sí altera el producto. Y las autobiografías son eso. Composiciones adulteradas. Palabras dispuestas al azar y deliberadamente ubicadas. Si al ver nuestra imagen en el espejo -pureza- vemos un producto invertido, el objeto manipulado se torna ciencia-ficción. Sin embargo, parafraseando a Fernández Mallo: "Todo lo que atañe al ser humano es artificial. De la miel de abeja a la nocilla". Y por lo tanto, todo es igual de real: Del botox a las células madre.

Texto: Rebeca Queimaliños / Iustracíón: Nuria Cuesta

Paraísos personales