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Gerado Olivares. Entre lobos

Gerardo Olivares

El pequeño (gran) salvaje

Gerardo Olivares (Córdoba, 1964) es un aventurero. Ha realizado documentales en todos los rincones del planeta. Su última historia, sin embargo, le ha llevado cerca de casa, a Sierra Morena, donde un hombre llamado Marcos Rodríguez Pantoja creció y vivió durante siete años con una manada de lobos como único referente paterno. Entre lobos, es su tercera película de ficción tras La gran final y 14 Kilómetros.

“Siempre he llevado al cine historias que me hayan emocionado. Como me pasó en Mongolia con La gran final o en el desierto del Sahara con 14 Kilómetros” nos cuenta Gerardo Olivares en la cafetería del Círculo de Bellas Artes, un tipo con porte de guiri cuyo ligero acento delata su origen cordobés. Nos atiende en una pausa del montaje de Entre lobos, un cuento rural con Juan José Ballesta y Sancho Gracia.

¿Cómo descubriste a Marcos Rodríguez Pantoja? El 20 de enero del 2007, por una noticia en la portada de El País sobre una chica que había estado 20 años perdida en la selva de Camboya. Al final de la noticia te daba un link de una web de EEUU que tiene catalogados unos cien casos de niños que han vivido aislados de la sociedad. Cuando llegué a 1965 leí: El pequeño salvaje de Sierra Morena. Ahí había una historia. Localicé a un catedrático de antropología, Gabriel Janer, que en 1978 hizo su tesis doctoral sobre la historia de Marcos.
¿Qué fue lo que más te interesó? Cómo una persona puede estar doce años aislada, sin que la vean, sobre todo en un momento de España en el que el campo estaba muy vívido. También me interesaba mucho el proceso de readaptación, pero no cinematográficamente porque ya se había tratado en El pequeño salvaje, de Truffaut, y Greystoke, la verdadera historia de Tarzán.
Cuando le conociste, ¿qué fue lo que más te llamó la atención? Su mirada. Tiene algo de animal, salvaje. La primera vez que lo vi, fue en la noche, con la luz de una farola, acariciando a un gato y mirándome de lado. Me impactó mucho. También el conocimiento que tiene del campo. La primera vez que entró en el cercado donde teníamos los lobos se tumbo en el suelo, dejó que los lobos le olieran y se puso a aullar con ellos. Nadie es capaz de tener una reacción como la suya.
¿Ha cambiado tu concepción antropológica del ser humano? No, en África hay muchos Marcos: Gente noble, inocente, buena. Allí es donde encuentro la esencia del ser humano que hemos perdido en Europa, donde todo es materialismo, egoísmo, individualismo. Por eso a Marcos le han tomado tanto el pelo. Una amiga pedagoga me contó que entre los cinco y los quince años es cuando el ser humano aprende la comunicación, que no es otra cosa que no ser engañado. Marcos nunca tuvo ese aprendizaje que le permitiera vivir en esta sociedad.
¿Crees que fue por la falta de referentes paternos? Claro. Su madre murió cuando tenía tres años y su padre se volvió a casar con una señora que tenía hijos y no le quería. Le pegaba palizas. Por eso descubre la felicidad en el campo. ¿Qué hizo para sobrevivir? Echar mano de la imaginación. Fue su arma de supervivencia. Se creó una familia con los animales. Creía que los lobos eran sus amigos. En el libro Jugando con lobos dice que la culebra venia todos los días a verle porque era su amiga. En realidad lo hacía porque ponía una corcha de leche.
Y en tu caso concreto: ¿Cómo te han influido tus padres en tu vocación? Yo he nacido en Córdoba, una ciudad muy conservadora, pero desde pequeñitos mis padres nos inculcaron, a mis cinco hermanos y a mí, esa curiosidad por lo que hay fuera de nuestro ambiente. Mi madre es una norteamericana de Filadelfia muy cosmopolita que se vino a vivir a Córdoba hace 50 años y le abrió los ojos a mi padre. Tengo fotos de ellos en Persépolis, Afganistán, hace cuarenta años.
Cuando era pequeño me contaban historias de los aventureros de mi casa. Mi abuelo era de una ciudad de bielorrusa. Su familia era zarista y cuando la revolución bolchevique, mataron a sus padres y a él, con ayuda de unos amigos, lo escondieron en un barril de pepinillo y lo mandaron a Polonia. Y de ahí entro en Estados Unidos.
Hobbes dijo que el hombre es un lobo para el hombre. Resulta curioso como Marcos, habiéndose criado entre lobos, mantuvo esa pureza. ¿Tenemos que aprender de los animales? Tenemos que aprender de nosotros mismos. El hombre blanco piensa que nuestro modo de vida es el correcto e intentamos, además, intentar imponérselo al resto. Eso fue la colonización. Pero nunca nos hemos parado a pensar que nuestra cultura dominante no es la correcta. ¿Quién es más sabio, un indio amazónico o yo? Pues yo seré más sabio aquí y el indio será más sabio en su entorno. Por eso les digo a los chavales que viajen por el mundo, porque así se abre la mente. Todo este ambiente de xenofobia y fanatismo que vivimos no es más que miedo a lo desconocido.
¿Cuál ha sido la mayor dificultad de este rodaje? Hitchcock decía que no se trabajara con niños y animales. Y los protagonistas de mi peli son un niño de 9 años y lobos, búhos, hurones… Aunque para mí ha sido muchísimo más fácil trabajar con ellos que con actores consagrados. Alguien me dijo: ¡bienvenido al mundo de los cómicos!
Con la película casi terminada, ¿Cuál crees que es su tema? La relación del hombre con la naturaleza que aquí se ha perdido. Creo que el hombre va a empezar a darse cuenta de que el campo está mucho mas humanizado y te ofrece una forma de vida más austera pero más feliz. Estoy convencido de que si Félix Rodríguez de la Fuente la viera le encantaría.

Entre lobos se estrena el 5 de noviembre.

Texto: David Bernal
Foto: Gerardo Olivares durante el rodaje de Entre lobos

 

Gerardo Olivares. El pequeño (gran) salvaje