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El Brujo

El Brujo
Borrachera escénica

 

Decía Molière que el teatro es el arte de la seducción del público. Eso lo hacían muy bien los juglares, a quienes emula Rafael Álvarez El Brujo (Córdoba, 1950) en los monólogos que estrena –sin parar- desde 1995. En ellos “me emborracho de teatro”, dice: él solo los escribe, dirige e interpreta –y de qué manera-, para glosar un texto, generalmente clásico, a un público cuya atención capta con el humor. Vuelve a Madrid con su versión de La Odisea.

¿Por qué empezó a hacer este formato teatral donde está solo? Porque cuando interpreté El Lazarillo de Tormes descubrí que tenía una aptitud teatral que podía explotar: era buen monologuista.

Pensé que sería porque no se lleva bien con parte de la profesión, como no le han dado ningún Max pese a lo bueno que es usted… Bueno, pero me han dado otros premios como el Pepe Isbert, que también dan mis compañeros, o la Medalla de Oro al Mérito de Buenas Artes. Yo me llevo bien con algunos y mal con otros, como todo el mundo. La relación director-actor es difícil, sobre todo si el segundo no cumple las expectativas del primero.

Están de moda los monólogos, pero lo que usted hace es algo más… Sí, y quiero pensar que juego en otra división (risas). Yo me autodenomino juglar, una forma teatral de gran tradición en Italia. La han practicado Darío Fo, Roberto Begnini o Vittorio Gassman, a quien yo vi en 1983, y me dejó impresionado. Descubrí que aquello era mi vocación: usar el escenario, a la vez, con voluntad de diversión y pedagógica. Actuar como un profesor, recitando una obra y explicándola al mismo tiempo, después de haberla investigado en profundidad. Es una tarea ardua. Investigo los textos que gloso para poder comentarlos y tengo que estar en buena condición física, dominar todos los recursos. La obra depende de mí plenamente.

Los textos que sube a escena son, casi siempre, clásicos. Sí. Por un lado, porque suelo estrenar en festivales de teatro clásico como el de Almagro o el de Mérida. Por otro lado, porque me doy cuenta de que la inmensa mayoría del público desconoce los textos clásicos, y yo quiero que mis espectáculos resulten una invitación a acercarse a ellos. Y con que una sola persona salga tocada, con ganas de acercarse a ese texto del que hablo, la función ya tendría sentido. Además, me interesa el simbolismo de los clásicos. Por ejemplo, en La Odisea, Ulises se salva de su naufragio porque entra por un río y olvida el camino, pero recuerda al dios que fluye en el agua. En esas mentes simbólicas, los contrarios se unen. Nuestra mente es más lineal.

En sus representaciones siempre hace referencias a la actualidad. Claro. Porque, supongamos que vienes a ver una obra la tarde del jueves en que se ha comunicado el fallo que inhabilita a Garzón: la noticia está en la cabeza de todos, e intentar ocultar eso es querer hacerle un truco a la mente colectiva. Así que lo comento y ya nos relajamos, puede seguir la función.

¿Adapta cada una a su público? Sí, improviso, nunca hay dos obras iguales.

Y se mete con los políticos, aunque estén delante, como cuando en el pasado Festival de Mérida fue a verlo la plana mayor del Gobierno de la Junta de Extremadura. Sí. Yo lucho para que no me pase eso. Antes de empezar un espectáculo, muchas veces mis compañeros vienen a avisarme de que hay políticos en la sala, de broma, para que no diga nada en su contra, ¡porque no nos vuelven a contratar! Y yo intento concentrarme, pero una vez en el escenario, el Daimon, el duende del que hablaba Valle Inclán, que es ese “otro yo” que tenemos, me dice que es justamente entonces cuando tengo que hacer la crítica al político de turno.

De todos sus espectáculos, ¿cuál es su preferido? Creo que he hecho varios bastante buenos, pero me quedaría con el Evangelio de San Juan. Por circunstancias de mi vida, durante una época pasaba largas temporadas en el Monasterio de Silos. Una de las veces, estuve doce días. Los monjes me acogían y yo les hacía teatro. Uno de ellos me sugirió hacer algo de la vida de Jesús. En aquel momento, no lo hice. Pero años más tarde, otra persona me dijo que me veía haciendo algo de los evangelios. Y decidí dejarme llevar por aquella sintonía y atreverme con este texto, poético y rico en imágenes. Me aportó mucho, sobre todo desde el punto de vista espiritual.

¿Y quién se lo tiene que proponer para que vuelva al cine? Spielberg (risas). Alguien que me ofrezca un guion interesante. He hecho unas tres o cuatro películas como protagonista y unas quince como secundario. Me siento satisfecho de Lázaro de Tormes, de la versión cinematográfica de La Taberna Fantástica y de Niño nadie, de Borau. Pero mi vocación es el teatro. Yo de joven quería hacer cine, pero para ser conocido. Hoy el cine está flojo en calidad. Las películas no resisten una comparación con los guiones de los años cuarenta o cincuenta.

Texto: Paloma F. Fidalgo

La Odisea. Teatros Cofidis Alcázar. Hasta el 15 de septiembre de 2013.

www.elbrujo.es

La Odisea. Hasta el 15 de septiembre. Teatro Cofidis.