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Rodrigo Fresán: vitalidad analógica

No es la primera vez que Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) dedica una novela a la metaliteratura, a escribir sobre el oficio de escribir. Ya lo hizo en su genial Jardines de Kensington, inspirándose en el creador de Peter Pan, y lo vuelve a hacer en la no menos recomendable La parte inventada, que tiene mucho de autobiográfica. Y desde la autoridad que otorga una carrera respetadísima, se mete (y mucho) con la literatura electrónica.

Usted, como el personaje de La parte inventada, no lee en dispositivos electrónicos.
No me irritan tanto como a él, que es una especie de alter ego mío pero exagerado, pero tampoco termino de verles las ventajas. Dicen que pueden almacenar miles de títulos pero no vamos a leer tanto, sus autores no pueden dedicárnoslos, no podemos prestárnoslos ni encontrar en ellos fotos antiguas y enigmáticas de sus anteriores lectores, no nos permiten intuir la personalidad de alguien por la biblioteca que tiene en casa… En este sentido, me interesa bastante lo que dice Nicholas Carr en Superficiales.

Pues lo lleva claro, porque dicen que en el futuro la literatura se leerá en smartphones y dispositivos móviles.
Yo creo que el libro acústico, en papel, corre menos peligro de extinción que los artefactos tecnológicos que se postulan como sus sucesores, pues estos pronto serán reemplazados por otros más sofisticados. Lo malo de este debate es que el interés por el contenido queda relegado a un segundo plano, pues lo que realmente se desea es el soporte en el que dicho contenido se inserta, con la admiración con que se desea un coche, pensando solo en el nuevo modelo, que nunca será el último.

En La parte inventada hace metaliteratura, incluyendo juegos tipográficos a modo de notas del autor.
Toda la literatura es metaliteratura. En El Quijote la hay, y hasta en la Biblia, donde Dios crea el mundo pero se aparece cada dos por tres a sus creaciones para echar broncas. En cuanto a los juegos tipográficos, es anecdótico, no quiero ser un raro, ni hacer algo como esa obra maestra de nuestros días que es La casa de hojas.

Y con la gente habituada a los 140 caracteres, va usted y publica esta obra de más de 500 páginas.
Bueno, lo leerá quien realmente tenga interés. En el fondo, el reto del autor es no perder al lector. De todos modos, creo que, paradójicamente, ahora que estamos siempre leyendo, es cuando se está perdiendo el hábito de dedicar un par de horas diarias a la lectura. Y se debe a que lo que leemos son tonterías.

En el libro incluye listas con sus autores de referencia, como John Banville o Vonnegut.
Banville, además de mi amigo, creo que es el mejor estilista inglés ahora mismo. Vonnegut es una de mis mayores influencias, y sobre todo me interesa su visión de la moralidad.

¿Y qué escritores españoles le gustan?
Vila Matas, Javier Calvo, Ray Loriga, Belén Gopegui…  Y, para mí, es un misterio cómo un autor tan excelente como Luis Mangrinyà no es muchísimo más celebrado.

Habla de Belén Gopegui, muy escurridiza para entrevistas. ¿A usted le gusta la parte social de la profesión de escritor?
Bueno, a un escritor lo máximo que se le puede pedir es que escriba dando lo mejor de sí mismo. Las entrevistas son irremediables, sobre todo porque a menudo vienen impuestas en el contrato con la editorial.

Escribe para una editorial grande, Mondadori. ¿Los autores de editoriales pequeñas tienen menos oportunidades?
No. Con la crisis han surgido muchas editoriales pequeñas que han demostrado capacidad para llamar la atención. Además, yo no siento trabajar para una editorial sino para mi editor, Claudio López.

¿Hasta qué punto puede un editor entrometerse en el texto de un autor?
Todo lo que quiera. Es una cuestión de confianza del escritor hacia él.

La parte inventada es pura fantasía. En Iberoamérica el relato fantástico es el género totémico, al punto de que Borges ni siquiera intentó escribir una novela. Pero en España, no.
Creo que en España sigue siendo un género menor, hay más tradición de literatura Realista o Naturalista, en parte basada en el reportaje periodístico. De todos modos, creo que es más realista mucha literatura fantástica que las mejores novelas de esa otra corriente, como Madame Bovary, pues las historias, en la vida real, nunca ocurren con la simpleza con la que en ellas se cuentan…

Bueno, depende del grado de “suspensión de la incredulidad” a la que esté dispuesto el lector… Por cierto, ¿corre el riesgo un escritor de confundir la realidad con la ficción?
Desde luego. Yo, en La parte inventada, me deformé a mí mismo, mi experiencia, para crear al personaje protagonista, queriendo rendir tributo a esos personajes catastrofistas de la literatura judeo-americana de Saul Bellow o Philip Roth.

Dicen que su literatura es popera. Hay referencias a Kubrick, a Bob Dylan…
Siento que está muy magnificado el binomio Fresán-pop. Esas referencias son solo acotaciones de un tiempo. Desconfío de los nombres artísticos que se convierten en adjetivo, como lo kafkiano, lo felliniano.

Tendrá usted que desfresanizarse.
Si llega la necesidad, lo haré.

Texto: Paloma Fidalgo

Rodrigo Fresán: vitalidad analógica