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José Luis Baringo

Psicología de un beso

El origen fue la madre, la sacerdotisa que nos inició en el saber del beso. Transformado en mordisco apasionado, lametazo gustativo, chupeteo absorbente y en la violencia del quiero comerte y partirte la boca, hoy el beso aguarda que llegue por fin su hora.

El origen del beso se remonta al pecho materno. Allí, en la teta que nos nutrió un día y en el acto de succionarla, se configura el bruto de lo que más tarde, en un desplazamiento refinado y simbólico, da lugar a lo que llamamos beso. Dar un beso es nutrir al otro de amor, como hacía nuestra madre con su pecho. Y nutrirse a través del beso de otro es saber recibir la expresión de su amor.  Besarse es regresar adonde nunca imaginamos retornar; besarse es intuir la simbiosis entre el bebé y su paraíso -la madre-; besarse es abolir el tiempo lineal; besarse es volver, en la elección de otros labios.
Un beso puede servirnos de oráculo, de radiografía emocional, de termómetro con el que medir la calidez del otro. El saludo protocolario y autómata de besarse en las mejillas puede aportarnos una fuente de información mayor que tres horas de conversación ininterrumpida con esa persona. Porque besar pasa por saber dar y saber recibir. ¿Cuántas veces al besar a alguien, incluso a seres queridos, nos han ofrecido sólo sus mejillas, como si nuestros carrillos fuesen infectos y los de ellos propios de la realeza? En ese gesto podemos determinar que sólo saben recibir y por ende podemos deducir cómo se relacionan con el dinero (ahorradores), con sus amantes (pasivos), el partido político al que votan (conservadores), o si nos llamarán para felicitarnos por nuestro cumpleaños (¡olvídate!). En cambio, si en vez de ofrecernos las mejillas, contrarrestan nuestros besos con un sonoro, húmedo y ventoso beso, determinaremos que sólo saben dar, de ahí que deduzcamos que son personas que únicamente saben darle al mundo, pero nada reciben de él (frustrados, insatisfechos, activos, complacientes). Besar es un intercambio donde damos y recibimos, de igual a igual.
Besar es la expresión más representativa del acto de amar. Habrá quien diga que también lo es hacer el amor -unirse física y espiritualmente con un otro-, aunque generalmente no solamos hacer el amor con nuestro perro, amigos, familia u objetos queridos. En cambio, sí besamos a nuestro hámster, a nuestros muertos inmortalizados en fotografías, a nuestra tía abuela con aliento a naftalina o a nuestro enemigo. El beso no discrimina entre sus destinatarios, es plural, altruista, puntúa la apertura y cierre del encuentro traduciendo los pulsos del corazón, no entiende de mercados ni mercaderes, “en la boca no”, advierten las putas a sus clientes; desactiva las palabras y el pensamiento, acto revolucionario y transformador, sueña con un genio de la física capaz de concentrar y fisionar la energía misteriosa que hay en él para construir el reverso de la bomba atómica, y así bombardear el planeta de ósculos con la fuerza y belleza de unos labios lanzadera. “Beso, luego amo”, sentía Descartes en la frontera de la boca de su amada, olvidándose solamente así de pensar y existir.

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José Luis Baringo
Guionista de series de televisión: Aquí no hay quien viva, La familia Mata y Cuestión de sexo. Coautor del corto Bota de oro. Actualmente dirige un monólogo teatral inspirado en la figura de Kevin Carter, fotógrafo sudafricano y premio Pulitzer; escribe un ensayo sobre psicoterapia, espiritualidad y series de televisión americanas; y coescribe y codirige una pelicula sobre el discurso amoroso en internet.

Psicología de un beso. Por José Luis Baringo