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María Folguera
mar menor menguante
 
Ilustración: Alba Blázquez
 
Clara y Candela son hermanastras. Se conocieron cuando tenían siete años y sus padres llevaban tres meses de noviazgo. Querían probar un fin de semana de convivencia; las metieron en el coche y condujeron hasta la playa. 
 
Aquellos tres días frente al Mediterráneo no resultaron mal. Comieron pizza, cavaron en la arena, subieron a la cama elástica del paseo marítimo. Un atardecer, mientras sus padres tomaban una copa en la terracita del apartamento, ellas estaban en el sofá. Candela veía una serie de adolescentes que transcurría en un instituto californiano y Clara leía Mitologías del mundo para niños. Muy seria, apartó el libro y afirmó: 'Tienes mucha suerte de no ser esquimal'.
 
Dijo que en el mundo esquimal la vida era muy dura porque para beber tenían que chupar el hielo, y comían carne cruda de foca, y eso con suerte, porque de vez en cuando la pesca se acababa, y eso era que la diosa del mar… '¿Qué diosa del mar?' interrumpió Candela. 'No tienes ni idea. En el mundo esquimal hay una diosa del mar. Se llama Sedna, y no tiene dedos: no puede peinarse, y la basura que tiran los hombres al mar le cae toda al pelo, se le queda el pelo asqueroso, y cuando ya no puede más de lo furiosa que está, encierra a todas las focas en una jaula, y se acabó la pesca'.
 
Candela pensó que se perdería el final del capítulo de la serie de adolescentes californianos. 'Entonces', prosiguió Clara, 'alguien tiene que bajar al fondo del mar, peinar a Sedna, hacerle dos trenzas con la raya en medio, y ella se pone contenta y suelta a las focas. 'Y si no tiene dedos, ¿cómo abre la jaula de las focas?'. Clara no se esperaba esta inocente pregunta y se enfadó: 'Es una jaula mágica'. Candela argumentó que si tenía una jaula mágica también podía tener un peine mágico que la peinara. 
 
Hoy, diez años después, Clara y Candela están de nuevo en el mismo sofá, bajo el mismo ventilador. Este año hay una plaga de medusas en el Mediterráneo y es imposible meterse en el agua. 'Las medusas indican el grado de contaminación del agua', dice el telediario, 'y la pesca abusiva en el Mediterráneo, que elimina la presencia de depredadores, consumidores habituales de medusas'
Candela le pone un pie en la cara a su hermanastra: 'Es un castigo de tu diosa del mar, díselo otra vez a tu novio hippy viejo'. '¡Déjame, cerda!'. Porque la primera noche en el pueblo Clara conversó un rato con el escultor de arena, que está allí cada año, mientras Candela se impacientaba. Él les dijo que era chamán: que se quitaba la piel y se comunicaba con los dioses. 'Me quito la piel de verdad'. Clara le dijo que bajara al fondo del mar a peinar a una diosa, y él asintió con la cabeza, antes de dar una calada larga al porro.
 
Clara y Candela bajan a tomar un helado al paseo marítimo. El escultor no está. 'Este se ha tirado al agua', dice Candela. Clara, esa noche, mira en internet: encuentra alusiones al ritual inuit en que el chamán se despojaba de la piel para bajar al fondo del mar. Pero ¿en qué consistía el ritual en la práctica? Clara, por supuesto, no puede creer en un despellejamiento real ni una inmersión en el Ártico, sobre todo si después se esperaba que el chamán volviese vivo.
 
El escultor de arena ha desaparecido. 'Se habrá ido a hacer el hippy a otro sitio', dice Candela. Clara no se atreve a reconocer lo que piensa: que realmente este hombre se ha lanzado al mar, se ha abierto paso entre las cortinas de medusas, hacia el trono de Sedna. 
 
Pero seis días después, allí está de nuevo, sentado junto a sus esculturas de arena. Al ver a las hermanastras, reprime una sonrisa, y mira al suelo. 'Hola' dicen ellas. 'No pude traer las criaturas de vuelta. No hay'. '¿Cómo?' Candela ahoga una risa, pero Clara se acerca más. 'Encontré a Sedna, la peiné, así, con los dedos. Ella me dio las gracias, pero me dijo que no tenía criaturas a las que encerrar o soltar. 'El mar está peinado', me dijo Sedna, 'le habéis hecho dos trenzas y una raya al medio. Sólo quedan las medusas, que son espíritus'. Entonces, claro, volví'.
 
Candela mira a uno y a otro: 'Lo vuestro es muy fuerte'. Clara se da la vuelta y camina hacia el mar. Se quita el vestido y lo tira en la arena. Se adentra en las olas y cuando el agua le llega por la cintura se zambulle. Todo va bien hasta que un chasquido ardiente le golpea el pecho. Saca la cabeza y se mira: justo encima del borde del sujetador, el dedo largo de una medusa le ha dibujado una ampolla. Siente mucho odio.   
 

Mar Menor Menguante. M. Folguera