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Trash: Ladrones de esperanzas

Texto: M. Q

¿Inverosímil?, es posible. ¿Necesaria?, absolutamente. Uno va descubriendo que el Estado, ¡Ah, Hobbes, cuánta razón tenias!, que debiera tener como razón suprema el cuidado del ciudadano, se torna en un poder omnímodo y perverso, que no sólo es capaz de destruir el tejido social y económico, sino que atenta contra lo más sagrado de la ética occidental como es la agresión a los más débiles e indefensos: los niños y su posterior adolescencia.

El cúmulo de horrores se suceden a niveles inconcebibles y que marcan al espectador con una especie de inverosimilitud que sabemos irreal, porque, salvo algún que otro exceso en el guión, todos percibimos que el horror anida en la política y en su hijastra, la economía. ¿ O hemos de cambiar el orden de los factores?

Excepto algunos pasajes exagerados, Trash: Ladrones de esperanzas nos muestra el grado de esperanza en una sociedad cada vez más ansiosa de una justicia que llegue al común de los ciudadanos. Muestra que la esclavitud económica, social y moral produce monstruos en las cúpulas del poder con unas manifestaciones ominosas que repugnan a cualquier ciudadano; a todo aquel que sienta , aunque sea de un modo débil, que la igualdad ha de presidir las relaciones sociales y que la justicia ha de satisfacer a todos los ciudadanos por igual. 

Las bellas y optimistas imágenes finales se pueden ver como una alegoría del deseo más que una realidad palpable, pero, como idea rectora, nos lleva al convencimiento de que caminamos hacia un mundo mejor y más articulado frente a todo tipo de violencia. ¿Optimismo? , quizás. Pero es un optimismo necesario para ayudarnos a soportar la realidad de una podredumbre que en ocasiones sentimos que crece a nuestro alrededor.

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