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Elogio de lo salvaje

Por Paloma F. Fidalgo

Sonará incompatible con votar a un presidente al que el Acuerdo de París le da urticaria, pero posiblemente el éxito del nature writing, uno de los movimientos literarios más emblemáticos de Estados Unidos, tenga que ver con la fascinación que sienten los estadounidenses por la vuelta al edén, a la inocencia que representa la tierra virgen con la que se dieron de bruces sus pioneros.

Portada del libro "Walden". Editorial Errata Naturae.

No hablamos de libros de viajes, ni de esa vuelta a lo rural que es ahora tendencia en las letras españolas, Sergio del Molino mediante. Componen el nature writing textos de no ficción y autobiográficos, con un narrador ermitaño que da la espalda a la ciudad para integrarse en una naturaleza hostil, haciendo de la geografía su argumento de manera no sólo descriptiva sino también militante, cuestionando la relación del hombre civilizado con su entorno. Así, H. D. Thoreau, fundador del movimiento y uno de los padres (o más bien abuelos) del ecologismo contemporáneo, predijo en los años 40 del siglo XIX en su libro Walden (Errata Naturae, 2013), a orillas del río homónimo (en Massachusetts) la depredación medioambiental de estas últimas décadas, predicando el slow life (¿a que suena hipster?) y la vida austera (¿a que suena postcrisis?) y acuñando el concepto de desobediencia civil y la frase “no es mi presidente” que hoy se le espeta a Trump. Contemporáneo a Thoreau fue John Burroughs, naturalista y gran caminante (salía de acampada con Roosevelt, se emborrachaba con Oscar Wilde y discutía sobre progreso con Henry Ford) cuyos ensayos podemos leer en El arte de ver las cosas (Errata Naturae, 2018). También seminal fue la obra de la zoóloga Rachel Carson, nacida en Pensilvania, sobre todo su Primavera silenciosa (Crítica, 2010), que se publicó hace medio siglo y con la que consiguió abolir el uso del pesticida DDT. En los mismos años, el ingeniero forestal Aldo Leopold publicaba otra biblia, Una ética de la tierra (La Catarata, 2017), que consagró la ética ecológica como disciplina filosófica. Y en 1968 vio la luz El solitario del desierto (Capitán Swing, 2016), de Edward Abbey, un ex ranger del Parque Nacional de los Arcos (Utah) que aquí clama contra el saqueo de las rocas de gres y el enebro. Annie Dillard es una de las exponentes actuales del nature writing con Obama como fan number one, y en Una temporada en Tinker Creek (Errata Naturae, 2017) aborda la complejidad de la vida en la Tierra.

Portada del libro "Todo lo bueno es libre y Salaje". Editorial Errata Naturae.

La editorial española Errata Naturae lleva años acercándonos estos títulos donde el paisaje toma la palabra, con su colección Libros Salvajes. “Es evidente que existía un vacío en nuestras mesas de novedades y, de hecho, a los que nos interesan estos temas antes no teníamos más remedio que leer en otros idiomas”. Habla Rubén Hernández, editor del sello y responsable de la colección, para quien estos libros no solo “resultan adictivos desde un punto de vista narrativo”, también “demuestran que otras formas de vida son posibles”. Thoreau, Burroughs o Dillard figuran en el catálogo, pero también Walt Whitman, el poeta vagabundo que se inspiró en el conocimiento científico. “Pasé años leyendo su correspondencia en inglés, que es ingente, y finalmente preparé la antología de cartas que publicamos bajo el título de Crónica de mí mismo”. Entre los hits del sello, El libro de la madera, del noruego Lars Mytting, traducido a dieciséis idiomas, y Leñador, de Mike Wilson, “sin duda el libro más experimental de la colección”. El último en llegar, El embrujo del tigre, de Sy Montgomery, “nos remite a las antiguas leyendas orientales y es el relato de varios viajes que realiza la autora a la bahía de Bengala, con el objetivo de estudiar a la mayor población de tigres que existe”, que, a pesar de devorar familias, no se sacrifican. 

Libros: Elogio de lo salvaje