<
>

De lo ácido a lo dulce: Cristino Álvarez

Texto: Paloma F. Fidalgo Ilustraciones: Nuria Cuesta

Recuperamos la entrevista realizada a Cristino Álvarez en 2014. Cristino Álvarez falleció el 19 de enero a los 70 años tras una excelsa carrera periodística en el campo de la gastronomía. 

¿La prensa siempre se ha tomado en serio esto de la gastronomía? No. Mejor diría que casi nunca. Eso sí, antes había grandes firmas a cargo de la gastronomía, casi siempre en plan aficionado. Pero la sección gastronómica era la primera que se levantaba en cuanto había problema de espacio. Eso, en los medios escritos; en los otros… el desierto. Ahora abundan las secciones que se llaman 'gastronómicas' aunque no vayan más allá de contarte la carta de un restaurante. En cuanto a las televisiones, de pena. Lo que se está haciendo, en general, salvando cosas puntuales del canal especializado, no le hace ningún favor a la gastronomía. Al contrario: la vulgariza, en lugar de enseñar y subir el nivel. ¿Desde cuándo la cocina es una competición, por favor…? 

¿Cómo influye el gusto personal en una crítica? El gusto claro que influye. Pero cuando llevas tiempo en esto, cuando has recorrido muchos restaurantes, cuando has probado un montón de cosas incluso violentando lo que tú crees que es tu gusto, vas adquiriendo conocimientos, guardando sensaciones, ampliando tus horizontes… El gusto se educa, por supuesto que se educa. Yo no entiendo que alguien diga que no le gusta algo sin probarlo; o que te digan 'no me gusta el pescado'. ¿Cuál? ¿Las anchoas, el bacalao, la lubina, las sardinas…? Porque mira que hay sabores en el mar… Quien dice que no le gusta el pescado debería reconocer que lo que le molesta son las espinas.

¿Cuáles son sus chefs y restaurantes favoritos? Te lo diré con una frase: aquellos en los que me siento querido y a los que yo también quiero. Donde me encuentro bien. Y donde he disfrutado de platos que me han emocionado: la merluza en salsa verde de toda la vida de Juan Mari Arzak, los chipirones de Pedro Subijana, la papada de cerdo con trufa de Santi Santamaría, las tórtolas de Hilario Arbelaitz, una gelatina caliente y fría de caldo de gallina, con foie-gras, que hizo una vez, y nunca más, Martín Berasategui para unos amigos… Un deshilachado de vieiras con caviar de cuando Ferran Adrià se llamaba Fernando, la lamprea de Toñi Vicente, las croquetas de Marisa Paniego, las becadas que trinchaba ante mí José Jiménez Blas en Zalacain, la sopa fría de ajo de Manolo de la Osa, las liebres á la Royale de Salvador Gallego, de Firmin Arrambide, de Urrechu… Las zamburiñas con verduras enanas de Robuchon, la menestra de verduras provenzales con trufa de Ducasse… Y no sigo, que me está entrando hambre. Una cosa más: en mi propia casa como maravillosamente bien todos los días. 

¿Sabe usted cómo se dan las estrellas Michelín y esa clase de galardones? ¿Es de forma limpia, en general? Las Michelin sí que lo sé, aunque a veces no lo entienda. Los soles de Repsol, también. Hasta donde yo llego, sí son limpios. Hay mucha leyenda en torno a esto. Hay otras listas que… bueno, dejémoslo en que me fío mucho menos, por no decir que no me merecen la menor credibilidad. No por hacer mucho ruido eres mejor. Y una cosa: hay guías (las citadas) de las que te puedes fiar. Hay críticos de los que te puedes fiar. Hay amigos de los que te puedes fiar. Pero jamás decidas ir o no ir a un restaurante por las opiniones que la gente pone en la red, sean foros o blogs, sin dar la cara. Aquí todo el mundo vale (o eso cree) para ser crítico gastronómico, seleccionador nacional de fútbol o presidente del gobierno. Y no.

En recuerdo de Cristino Álvarez