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  • ENTREVISTA
  • Basilio Sánchez, la física de las palabras
  • Por Benjamín G. Rosado

Tras conquistar el XXXI Premio Loewe con su último libro, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (Visor), Basilio Sánchez habla en limpio, casi como si leyera, de la sordidez moral de una sociedad obsesionada con lo material.

Confiesa Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) haber llegado tarde a la literatura. Médico de formación, empezó a escribir mientras opositaba, sin imaginar entonces que aquellos «espacios de resistencia frente al dolor y la angustia» le ayudarían a educar la mirada, también en las noches largas de la unidad de cuidados intensivos donde trabaja. En estas tres décadas y media, su poesía se ha vuelto más nítida y transparente con la imprevisible certeza de quien escribe no sólo "desde" la experiencia sino también "hacia" otra realidad. 

¿De dónde surge el "nogal sobre la tumba de los reyes" y qué ha heredado de esa imagen tan sugestiva? El título emana de un verso espontáneo e intuitivo que queda flotando en el aire. A medida que avanzo en la escritura, me doy cuenta de que lo vertebra todo con una gran carga simbólica: un hombre inclinado ante el misterio en tiempos de sequía y un árbol que fructifica sobre el mantillo de ceniza de nuestra época. La herencia de esa imagen es todo lo aprendido en el proceso, una vuelta de tuerca en mi formación personal. 

¿Cuánto ha cambiado su escritura en estos 35 años? Diría que ha ganado en nitidez. Cuando uno empieza a escribir poesía lo confía todo a la precisión del lenguaje, obsesionado con el peso y el volumen de cada palabra. Con el tiempo te das cuenta de que el lenguaje, como advertía Wallace Stevens, ha de estar al servicio de las ideas. La realidad que nos rodea es de tal complejidad que el poeta tiene la obligación de transcribir lo que ve y lo que siente con la mayor sencillez y transparencia. 

  • “La poesía es tan independiente del sustrato en el que se escribe como enemiga de la inmediatez y la futilidad”

Médico de formación, ¿cuánto hay de antídoto, de bálsamo, de curativo ungüento en su poesía? Nunca he recurrido a la poesía como válvula de escape, más bien al contrario. Ambas vocaciones comparten una misma raíz humanista. Al principio renegaba de cualquier interferencia, pero hoy sé que esos espacios de resistencia frente al dolor y la angustia se complementan de alguna forma. Ser médico me ha hecho mejor poeta, de la misma manera que mis libros me han acercado más a los enfermos. 

Tras su debut con A este lado del alba, nueve años de silencio. ¿Por qué? Cada libro es una búsqueda que parte de cero. Debuté como poeta con un bagaje de lecturas más bien escaso. A este lado del alba reunía algunas de las características de mis libros posteriores, pero carecía de voz propia, que llegó con la publicación de Los bosques interiores. Digamos, para sintetizar, que conseguí afinar el tono varias octavas más abajo [risas].

¿Es su poesía una forma de resistencia? Mi poesía cultiva un sentimiento ético de la existencia que rompe con esa tendencia tan actual a observarlo todo desde el escepticismo y la superioridad. Algunos la han considerado rural o ingenua, incluso religiosa sin ser yo un hombre confesional. Quizá yo también sea descreído a mi manera, pero me consuela pensar que, al menos, lucho creyendo. 

"Antes de que comience la vida del poema / hay una oscuridad elemental", escribe en Cristalizaciones. "Una extensión más grande que la noche / sin conciencia ni culpa […]". ¿Se siente desheredado de la tradición moderna de los tuits, las redes sociales y la ciberpoesía? Uno no se puede sentir desheredado de lo que jamás le ha pertenecido. Yo no hablo desde la soberbia cuando digo que las redes sociales me producen cierta incomodidad. La poesía es tan independiente del sustrato en el que se escribe, papel o tuit, como enemiga de la inmediatez y la futilidad. Yo no aspiro a la torre de Montaigne, pero soy muy celoso de mi intimidad y soledad.

¿Le ha obligado el Premio Loewe —por su notoriedad y trascendencia mediática— a abandonar la cueva, a salir de la guarida que lo protege del mundanal ruido? En parte sí, pero no le puedo estar más agradecido al jurado, entre cuyos miembros se encuentran algunos de mis maestros: Francisco Brines, Jaime Siles, Antonio Colinas... Me siento como el galápago que asoma la cabeza y se deja deslumbrar por las luces antes de volver a la oscuridad de la concha. 

¿Se escribe igual cuando uno intuye que hay (más) gente al otro lado? Al terminar un libro suelo pasar un par de años sin escribir nada. Creo, como decía Cernuda, que esos periodos de aparente esterilidad nos van cargando de intensidad para cuando llega el momento. En cuanto a los lectores, no les pongo cara. Pienso en ellos de manera genérica: alguien que se encierra en su habitación y siente que eso que está leyendo lo podría haber escrito él mismo. 

ENTREVISTA: Basilio Sánchez, la física de las palabras