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Comisión central de David Lescot

¿Quién es este crack?

David Lescot (1971), dramaturgo, director de escena, intérprete y músico, es uno de los valores teatrales franceses más en alza y destaca por una búsqueda formal en la que la música tiene el mismo protagonismo que la palabra. Ha visto premiada su labor teatral a través de obras como Hombre en quiebra, L'Europea (Gran premio de literatura dramática 2008) y Comisión central de la infancia (Molière 2009 de la revelación teatral). En español podemos encontrar Matrimonio y Hombre en quiebra, que ha traducido la editorial Teatro del Astillero.

Su padre, Jean Lescot, era actor y usted ha vivido inmerso en un ambiente teatral desde que era niño. ¿Qué le ha aportado el teatro? He crecido en un medio teatral; acompañaba a mi padre a los escenarios de teatro. Siempre he considerado el teatro como un espacio de juego, no como un lugar sagrado. Creo haber comprendido desde bastante pronto que el teatro, este arte del simulacro, era también un medio de acceder a las verdades ocultas, escondidas, profundas de lo humano, que lo falso era un instrumento de revelación de lo verdadero. No he querido ser actor, aunque estos últimos años lo haya sido cada vez más.

Usted es trompetista, su primera obra era una comedia musical y en muchas otras la música es protagonista. ¿Se imagina una nueva obra suya sin música? Es verdad que la música es mi elemento, busco una alquimia entre el texto y la música, que me lleva a escribir de manera muy musical, creo. No puedo pensar sino rítmicamente, o en términos de movimientos, de relaciones de tiempo, o incluso de harmonía o de disonancias. A veces digo que si el espectáculo fuera un piano, la música sería la mano izquierda y el texto la mano derecha. Hay ciertas emociones que solo puede alcanzar la música. Pero un texto puede ser musical por sí mismo, sin que se acompañe musicalmente. Es raro, pero es posible.

En L'Europea artistas de varios países de la Unión, invitados para un concurso sobre el diálogo, hablan diferentes lenguas entre sí, pero se entienden. ¿Es una preocupación sobre la identidad europea? ¿Acaso una metáfora sobre la comprensión del otro? Sí, una metáfora sobre el lenguaje, sobre los lenguajes que se inventan más allá de las lenguas. Creo que se hablan lenguas diferentes, según nos dirijamos a amigos, a colegas, al ser amado, a un hermano, a un alumno...Es un tema que me inquieta, la invención, la constitución de estos lenguajes. L'Europea habla de eso, en alto grado, ya que ahí el problema es político, institucional, insoluble. Y sin embargo la máquina avanza, sin haber resuelto su propio funcionamiento. Me gusta ese absurdo, porque puede conllevar una vena cómica administrativa y también una reflexión sobre nuestra historia y nuestro futuro. De manera general, creo que es posible abordar estos temas pesados, imponentes, a través de la comedia.

¿Hasta dónde llega el interés sobre la realidad en sus obras? Pienso, por ejemplo, en Matrimonio o en L'Europea. Me documento mucho. Escribo sobre temas precisos que necesito conocer. Los matrimonios por conveniencia, los protocolos de regularización de inmigrantes, la realidad de la existencia de los sin papeles en Matrimonio. El funcionamiento de las insituciones europeas, las políticas y los programas lingüísticos, la relación de los artistas y de los políticos en L'Europea, o incluso la ley sobre el endeudamiento en Un hombre en quiebra. Mis obras tienen a menudo una dimensión documental. A continuación, este contenido desencadena una imaginación poética, la necesito, pero no realizo obras puramente documentales o hiperrealistas. 

En Comisión central de la infancia usted es el único intérprete, toca la guitarra y hay un diálogo intimista entre usted y el público. ¿Qué tiene de autobiográfico? Hay una parte autobiográfica, ya que yo mismo he conocido las colonias de vacaciones comunistas después de la guerra destinadas a los niños judíos cuyos padres habían sido deportados. Han existido hasta mediados de los años 80. Las sensaciones descritas son las mías. Pero yo quería remontarme más allá de mis propios recuerdos, repasar a contrapelo el hilo de la historia, volver a los orígenes, enlazar mi generación con la de los fundadores.

Uno de sus próximos proyectos es la puesta en escena de La carrera del libertino, la ópera de Stravinsky. Es mi primera puesta en escena de una ópera. Me encanta este periodo de preparación, en el que uno se impregna de la obra. No se puede hacer con el teatro, escuchar y reescuchar la obra. Se puede leerla o releerla, no es lo mismo. En la ópera, la música decide el tiempo; no eres el dueño del ritmo o del tiempo, es la música la que decide. Y a mí me gusta eso, esa sumisión a la música.

Texto: César Rodríguez Dopico.

Imagen: Comisión central de la infancia, de David Lescot, por Béatrice Logeais.

David Lescot: ¿Quién es este crack?