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Beth Gibbons

2003

Punto de Inflexion

Los cabezas de cartel fueron Beck, Blur y Moby, pero el FIB Heineken 2003 fue el año de Beth Gibbons & Rustin Man. Con Portishead en barbecho, todavía muy lejos de recuperar su trono con el impresionante Third (2008), su enigmática vocalista y Paul Webb (ex Talk Talk) se adueñaron del Escenario Verde y pusieron la necesaria dosis de magia en una edición en la que hubo otros nombres propios destacables: El de Daniel Johnston, por ejemplo, que balbuceó su entrañable repertorio (la mitad, a la guitarra, y la otra mitad, al piano) sin saber muy bien dónde se encontraba. O el de The Postal Service, que superaron los problemas técnicos a base de buenas canciones, aunque hoy ya nadie se acuerde de aquello que, allá en la prehistoria, se dio en llamar “indietronica”. Y, claro, el de The Delgados, que se graduaron con matrícula de honor en la difícil asignatura del directo masivo.

Pero también fue un año de decepciones. Certificó el anunciado fin de unos Suede que ya no daban más de sí, la pérdida de rumbo de un Beck que, por fortuna, enderezaría su trayectoria, o la mediocridad de propuestas como las de Moby, Beth Orton, Moloko y Placebo, por citar sólo algunas de las más evidentes. Por otra parte, la orientación británica del cartel comenzaba a provocar una reiteración de nombres que no siempre parecía justificada. La novena edición del festival marcaba un punto de inflexión de cara al futuro: El crecimiento sostenido de público auguraba predecibles éxitos posteriores, pero empezaba a ser urgente una reformulación de planteamientos que, sin traicionar los principios del FIB Heineken, acogiera propuestas sonoras de otra índole. La presencia de Donovan o Suicide (más allá de lo que ofrecieran sobre el escenario) daba algunas pistas en ese sentido, y seis años después, parece evidente que se ha aprendido la lección.

En el plano estrictamente personal, la edición de 2003 marcó la definitiva mayoría de edad para un grupo al que casi se puede decir que había visto nacer. El concierto de La Habitación Roja en el escenario principal confirmaba (y el tiempo lo ha demostrado) que la banda estaba en disposición de afrontar nuevos retos y que su asentamiento en la primera división de la independencia estatal era un hecho. Una alegría que contrastaba con la sensación de que el paso de los años comenzaba a hacer mella y que el ingenuo entusiasmo de los tiempos del velódromo daba paso, progresiva e inexorablemente, a una concepción del fenómeno festivalero más relacionada con su vertiente empresarial que con la de una aventura impredecible. Una transformación que, se quiera o no, afectaba también a la banda sonora de nuestras vidas.

Texto: Eduardo Guillot

Fotos: Beth Gibbons / (en sumario) Goldfrapp. Archivo Maraworld/Óscar L. Tejeda

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2003. Punto de inflexión