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Claudio Tolcachir
Logia teatral

A sus treinta y tantos, ya se ha inscrito con mayúsculas en la historia del teatro de su país. Claudio Tolcachir (Buenos Aires, 1975) pertenece a una generación de directores argentinos habituales de la escena independiente pero internacionalizados (Daulte, Tantanian, Spregelburd...). Conquistó al público español la pasada temporada con Todos eran mis hijos y luego, junto con su compañía Timbre 4, con tres obras escritas por él que ya son un fenómeno mundial: La omisión de la familia ColemanTercer cuerpo y El viento en un violín.

La trilogía (representada de abril a junio de 2011 en Matadero en las Naves del Español) resultó un éxito en España. ¿Esto se traduce en seguridad o en presión para mirar al futuro? Me halaga muchísimo y al mismo tiempo siento como si estas cosas tan maravillosas le pasaran a otro que tiene mi nombre, pero que no soy yo. Claro que la expectativa propia y la ajena son una presión para la creación, pero supongo que es parte de nuestro trabajo, y por supuesto es mejor que suceda a que no suceda.

Esta trilogía se compone de comedias, pero tiene la soledad y la frustración como telón de fondo. ¿El humor es un escudo? El humor es casual, jamás tiene que aparecer como intención. Yo las escribo como comedias porque me divierto muchísimo imaginando las situaciones. Me río como un chico pensando en los actores diciendo esos textos. Luego en los ensayos las pensamos como si fueran tragedias. Esa mezcla permite, creo, que algunos espectadores se rían y otros no puedan entender esas risas. Y esa lucha de quien las ve, juzgándose a sí mismo por lo que siente o piensa, me parece valiosa.

Son obras que se desarrollan en ámbitos que a todos nos resultan familiares, como el hogar, la oficina... ¿Persigue que el espectador se identifique? Es imposible especular con la identificación del público, mucho más cuando una obra va a viajar por distintos países. Ante todo me tengo que identificar yo. Me tiene que conmover el universo de los personajes. Trato de ser honesto, genuino con mi propio gusto.

Ha dicho usted esto: "De Norma Aleandro, Juan Carlos Gené o Daniel Veronese, de todos mis maestros, lo que aprendí no es lo que decían sino la manera de mirar". Por una mirada de un grande, un mundo. Ver cómo piensan o imaginan diferentes genios del teatro te abre la cabeza y te hace darte cuenta de que no hay una sola manera de hacer las cosas. Creo que la capacidad de mirar, de ver profundamente al otro es la gran diferencia entre diferentes directores.

¿Hasta qué punto es usted influenciable por el actor que está dirigiendo? Soy absolutamente influenciable. Y quiero serlo lo máximo posible. Lo más interesante de nuestro trabajo es el encuentro con los otros, ver diferentes maneras de pensar, de sentir, de actuar. Creo que el director tiene que dejarse influir por todos. Y de ahí crear una forma final que abarque a todas las partes.

En algunas de sus funciones en Madrid tuvo que sustituir en su personaje a uno de los actores del elenco, porque él perdió la voz. Usted fue actor antes que director. ¿Qué tal el reencuentro con la interpretación? Siempre la echo de menos, aunque admiro profundamente la energía de los actores que durante meses y meses se suben al escenario con todas sus fuerzas. Fue una hermosa experiencia, acompañado por mis compañeros del grupo, transitando hacia el interior de un personaje al que conocía muy bien desde fuera. Pero creo que siempre es bueno que haya un actor por un lado y un director por el otro, para que los dos puedan hacer bien su trabajo.

Se puso a dirigir obras porque no tenía trabajo como actor. Se puso a escribirlas porque no encontraba ninguna que dirigir. ¿Así que el hambre agudiza el ingenio? Absolutamente, lo que no quiere decir que ese germen no existiera de antemano. Creo que la dificultad te pone a prueba y te hace inventar, descubrir lo que no conoces. Creo que esas dificultades fueron mi excusa para poder hacer lo que profundamente quería.

Dicen que todos los argentinos traen alguna faceta teatral "de serie". El teatro argentino está muy vivo, y eso creo que es bueno. Hay mucho, de lo bueno y de lo malo. Nuevos directores, autores, actores, técnicos y teatros. Y por suerte también tenemos mucho público. Tengo una permanente curiosidad por ver qué pasará, qué temas aparecerán, qué teatritos nuevos surgirán. Esa expectativa me ilusiona. El mayor logro para mí es conseguir que alguien vaya al teatro por primera vez, se sorprenda porque lo encantó y vuelva. Esa es mi causa. Sumar gente a la logia teatrera.

En sus obras no hay, como en las de otros directores jóvenes, una incorporación de las nuevas tecnologías a la escena. Es un mundo que ni manejo ni me inspira. Pero me encanta verlo en otras obras. A mí me conmueve la pobreza, la sencillez. La magia pura del teatro. Un actor, un escenario, un espectador y el ingenio y el talento para crear magia. Ese es el desafío que me entusiasma.

Texto: Julieta Primoy. Imagen: foto de la obra Todos eran mis hijos.

Claudio Tolcachir: Logia teatral