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vida en común
Ilustración: Nisinino
 
...me acerco al mar como quien va a una iglesia, algo así, porque lo que a mí me ocurre no tiene remedio y cuando se va a la iglesia, es lo que sientes, que ya no hay solución, si no, cómo te vas a meter en una iglesia a rezar si aún hay algo que puedas hacer, pero yo voy al mar, me apoyo en la baranda gruesa del paseo marítimo, la que todos los años la marea alta acaba por echar abajo, donde siempre nos habíamos apoyado y habíamos mirado al infinito, y nos habían hecho gracia los niños que corrían en la orilla y se tropezaban, esas cosas que hacen los enamorados, que se apoyan ahí y sueñan y suspiran, y el sol va cayendo cada vez más, y se pone por encima de la línea del horizonte y te parece que todo está hecho para ti, eso es lo que sentíamos nosotros cuando nos apoyábamos en la baranda frente al mar, y a lo mejor porque el mar siempre estaba de fondo en nuestra vida en común, por la ventana del salón, a la derecha cuando paseábamos, a la izquierda cuando tomábamos un helado, a lo mejor por eso vengo al mar ahora que ya no tiene solución, porque te has ido y sé que por tu bien, pero no el mío, aquí quizá tenga el consuelo, y veo aquel matrimonio que siempre veíamos, el de la señora en bañador y sombrero, incluso los días de más frío, cuando es imposible meterse al agua porque te duele todo el cuerpo, como un millón de agujas en la piel, y no lo soportabas, decías que te dolía la cabeza, a mí me hacía gracia, nunca he sido tan friolero, aunque tampoco es que me haya gustado demasiado bañarme en el mar, fíjate, tantas veces me decías que nos bañáramos y yo me resistía, y al final acabo siempre en la baranda aquella, mirando hacia el frente, lo hice desde el principio, cuando ya te habías ido y yo sabía que no volverías, que no sería como las otras veces anteriores, cuando hacías la maleta enfadada y acabábamos riéndonos de cualquier tontería, esta vez era diferente, yo lo sabía, porque no habías cogido solamente tu ropa, sino todo lo demás, tus tesoros, lo más pequeño, lo insignificante, incluso eso habías recogido y habías metido en una maleta que habías comprado, barata, para poder meter en ella todo lo que pudieras, pero te olvidaste de llevarte algunas cosas y por pudor no las tiro, y porque me da pena, y por eso vengo aquí al mar y lo miro, sumerjo los pies en las pozas hondas y en las que no lo son también, toco con los dedos de los pies todos los peces y las algas y no siento nada, y me digo que si antes de que cuente hasta tres pasa un pez por delante de mí, volverás, pero incluso si pasa ya lo sé, ya lo sé, que no vas a volver, por eso vengo al mar y qué te crees, que no lo sé, que si un día pasaras por aquí y me vieras, seguirías caminando sin detenerte, y ya no miraríamos al infinito cogidos del brazo y aquella brisa que te retiraba el pelo de la cara, pero es lo mismo que si fuera a una iglesia, ya lo he dicho, vengo aquí y espero, no sé muy bien qué, pero al menos aquí hemos tenido recuerdos buenos y los rememoro, me dice mi madre que la gente qué va a pensar de mí, todo el día pasmado delante del mar, que si van a pensar que hablo solo, aunque eso no es cierto, sólo estoy pensando y callado, pero el mutismo inquieta a la gente, la gente a la que mi madre le debe el decoro de no estar triste, de no tener hijos tristes repartidos por la ciudad, mirando al mar como un bobo, mi madre les dice que la chica le ha dejado, me ha dejado, siempre la llamó la chica, porque era joven, y no puedo decir que le gustara pero era su forma de tratarla con cariño, al menos no decía la niña, como si fuera una criatura, y si veo a algún conocido por aquí, que viene al mar pero a divertirse, no a recordar, intento que no me reconozca, por ahorrarle a mi madre el disgusto, sobre todo la vergüenza, dice ella, es verdad, quizá debería volver a casa y no exponer esta tristeza y peor, la certeza de que es lo mejor para todos, y si pudiera quedarme en nuestra casa, el mar desde la ventana, lo haría, pero no puedo quedarme todo el día allí dentro, con algunas de las cosas que dejaste, yo creo que a propósito, para hacerme daño, no, qué digo, lo hago para ofenderte, para imperfeccionarte, qué bien estábamos al principio, cuando me pedías que te cogiera un poco, que te pasara el brazo por la espalda y te atrajera hacia mí, qué poco duró aquello, cuántas horas vacías frente al mar, qué tonto fui, si al menos supiera dónde vives, y con quién, si miras todavía el mar, qué hay ahora tras tu nueva ventana...  
 

Vida en común. Jenn Diaz