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Steampunk
Hubiéramos construido 
un futuro distinto
 
 
Los teléfonos duran un año, las parejas un poco menos. Los juramentos tienen marcha atrás y desconocemos el funcionamento de casi todos los aparatos que manejamos a lo largo del día. Pero es una tendencia humana y también algo romántica mirar atrás y pensar que las cosas eran, fueron mejores en algún momento. También tiene algo de romántico construir con la mente el mundo que hubiera sido 'si'.  Es en esta fractura en la apreciación del tiempo en la que se puede encajar el género, el movimiento, la estética steampunk.
 
Y digo 'se puede' porque esta corriente mira al pasado pero es bastante moderna, y como tal, sus límites están difusos, y hay del que los quiera dibujar habiendo fanáticos cerca. Si hay una imagen que se repite en la imaginería steampunk es sin duda la del engranaje. Esa pieza mecánica que es el elemento más reconocible para el profano del interior de un reloj. Y los relojes, antes, duraban. 
 
La literatura en no pocas ocasiones ha mirado hacia el futuro. Pero el futuro siempre acaba ganando la carrera y muchas visiones se han quedado en algo obsoleto a veces por pequeños caprichos del destino. Cuando Gibson escribió que el cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto clavó una bandera en algo que el tiempo, en parte, ha sobrepasado. Ahí es donde el steampunk mira hacia un sitio que puede mutar tantas veces como muta la memoria, pero que no puede ser comprobado por un observador imparcial. En el steampunk el vapor sigue elevándose al cielo para mover ingenios mecánicos.
 
Las molduras siguen siendo armónicas y las formas y los volúmenes nunca llegaron a relajarse. Y aunque tiene raíces (e incluso brotes) en nombres como Verne o Wells, surge tal y como lo conocemos en los años ochenta, siendo utilizado el término, precisamente, en alusión a lo que Gibson había instaurado: el ciberpunk. Ciencia ficción especulativa, ucronía, y algo de crítica social son los elementos menos visuales del género, aunque los visibles hagan creer a veces que es algo sobre ropa victoriana en tonos ocres y muchos engranjes cobrizos.
 
Como dice Marian Womack, editora de Nevsky (editorial que ha publicado dos excelentes antologías sobre el tema) 'me interesa más el punk que el steam'. Si la aparición de las novelas Las puertas de Anubis (Tim Powers) y Homúnculo (James Blaylock) dio pie a este término, su sola formulación ha dado lugar a un universo rico y estéticamente muy cohesionado. Y aun así, dentro de sus límites hay un buen número de subvariantes.  
 
Es cuestión de tiempo que el cine vaya adaptando algunos de sus clásicos, aunque en España ya existe El ministerio del tiempo que, junto a sus entregados fans, da fe de que hay un interés real por el steampunk. Quizás el título que más fácilmente se puede citar para el gran público es La liga de los caballeros extraordinarios, que precisamente gracias a una adaptación tibia pudo llegar a mucha gente que tras ver semejante ejercicio puede que nunca se acerque al comic de Alan Moore y Kevin O’Neill. 
 
En Madrid se encuentra incluso la SPM (Steampunk Madrid) que goza de un fondo bibliográfico para miembros y que organiza actividades casi mensuales para socios y para interesados en el movimiento. Su entusiasta presidente es Lord Alberot y reparte amablemente unas tarjetas a las personas que le preguntan por su vestimenta en alguno de los encuentros de la asociación. 'No es un disfraz, es una actitud', reza una de ellas. Y en un escenario en el que los movimientos quedan reducidos a sus elementos más externos no debería pasarse por alto algo que ha surgido de la literatura, de los libros, y de una respuesta al sentirse inútil.
 
Un steamer (como se llaman así mismos los seguidores de este movimiento) intenta fabricar sus propios artilugios. Los estudia, los comprende, los replica, y los usa. Y se siente dueño de sí mismo aunque sea fabricando unas gafas de adorno, en estos tiempos en los que para entonar el poema Si de Kipling como algo propio no hace falta ganar una guerra. Bastante tenemos con vivir de nuestro trabajo o con no vivir para trabajar. Y es ahí donde la literatura nos abre una vez más la puerta, aunque a veces no lo veamos.   

Steampunk. Un futuro distinto