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Rubén Lardín
El cine, el juicio y la pluma


Crítico mordaz y ávido cinéfilo, Lardín fustiga cada vez que pone a trabajar su pluma. Colabora en medios como Cinemanía o Rockdelux, trabaja en cine -fue, por ejemplo, script en el El Orfanato-, jurado en festivales, traduce la obra de autores como Robert Crumb o Adrian Tomine, y también ha publicado sus propios libros, Sam Peckinpah. Hermano perro e Imbécil y desnudo.

¿Tiene sentido hacer crítica cinematográfica? Tanto como lo tuvo alguna vez, si es que alguna vez lo tuvo. Hoy cualquier idiota se cree legitimado para la crítica, pero no hay manera de evitarlo. La democratización opinativa trae toneladas de basura. Al margen, concibo la crítica como un género literario y como lector sólo me interesa el crítico cuya literatura es estimulante. El temario es importante y un crítico afín a mis gustos tendrá más puntos de interés, pero si su literatura es inocua está todo perdido. Quizás no tenga sentido hacer crítica pero a veces es entretenido leerla. También decían que la novela había muerto y hoy más que nunca se busca la clásica novela río en las series de televisión.
¿Hay futuro para el cine como lo entendemos hoy? No soy visionario, pero no es difícil aventurar que pasa por la multipantalla. En un viaje, me encontré viendo una película de Edgar Neville de hace sesenta años, en la pantalla del iPod... El cine no se consume en salas, pero siempre será un vínculo social. Tampoco se va a misa pero se reza en casa. Esa dispersión receptora está influyendo en la construcción del relato, que, por un lado, tiende a los contenidos planos y fragmentados, y al chute sensorial sin más, y por otro, alimenta voces insulares con enjundia, que para cierto público se hacen necesarias en tiempos de tanta caloría y tan poca proteína. Mientras convivan, están muy bien. Los daños colaterales, que son la mundialización temática, el cine del buen rollito y toda esa asquerosa falsedad, son inherentes.

¿Qué le fal
ta al cine español para estar al nivel cualitativo del alemán o francés? Nos urge culturizarnos, pero tampoco creo que Francia o Alemania, aunque más civilizados, sean más culturizados. España es arrogante pero no asertivo, y es provinciano y diminuto. Ondeamos la bandera de Almodóvar y vamos tirando, pero además ondeamos otras, como la de Amenábar, que son banderines de parroquia, y que en lo alto del mástil no hacen más que ridiculizarnos. Luego está la obsesión por el cine social que hacemos tan nefasto, chustero y de telefilm barato. León de Aranoa no es Agnès Varda, pero parece que tenemos urgencia por pintar santos. Hagamos películas que sintamos, buenas o regulares, como las hicieron Berlanga o Saura, o como ahora Nacho Vigalondo, los chicos de REC, Isaki Lacuesta o Antonio Hernández, que harán un peliculón. La clave para hacer buen cine está en sacudirse los complejos y en dejar de mirarse en otros.
¿Directores favoritos? Berlanga, Polanski, Buñuel, Peckinpah, Argento, Cronenberg y Chabrol. Son todos más bien de ayer, pero es que estoy mayor. También sigo con ganas a jóvenes “del terror” como Rob Zombie o Alexandre Aja. Y a Haneke, a Paul Greengrass, a Gitano.

Txt: Inma Flor

Ilustración de portada de Imbécil y desnudo. Ed. Leteo

 

 

Rubén Lardín. El cine, el juicio y la pluma