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  • Alberto Campo Baeza, Los cimientos de la belleza
  • Por Ignacio Vleming

Alberto Campo Baeza (Valladolid, 1946) es uno de los arquitectos españoles con más proyección internacional. Miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, la reflexión que hace en torno a su profesión está salpicada de versos que se le escapan sin darse a penas cuenta y citas propias de una erudición clásica.

Me ha sorprendido la naturalidad con la que habla en su artículo La arquitectura como poesía. Ya desde pequeño leíamos poesía en casa. A mi padre, que era un hombre muy culto, le encantaba recitárnosla. Incluso nos sabíamos muchos poemas de memoria, de Lope, de Bécquer, de los clásicos españoles…

¿Lee a los poetas contemporáneos? Me interesa la poesía de la gente más joven, pero a los que nos hemos acostumbrado a la métrica clásica el verso libre nos cuesta. Hace unos años compuse un poema sobre un edificio que yo había construido y se lo enseñé a la actriz Alicia Sánchez, que es muy buena actriz y amiga mía, para la que hice la casa Turégano, una de mis primeras obras. Como me daba vergüenza que pareciese una poesía, puse todas las palabras seguidas, igual que si fuera un texto en prosa. Pero ella, tras leerlo en voz alta, inmediatamente se dio cuenta de que estaba escrito originalmente en verso. Se titula Mi casa es una sombra en el verano.

¡Un endecasílabo perfecto! Entonces también escribe… He escrito y escribo mucha poesía, aunque nunca la he publicado, sería muy atrevido por mi parte. Ahora estoy digitalizando mi archivo, ya que voy a donarlo a la Escuela de Arquitectura de Madrid. Están saliendo poesías escritas por todas partes.

¿Algún poeta de hoy? Hay un gaditano, Juan Bonilla, que lo hace muy bien. También está Rafael Llano, que además es autor de un precioso libro sobre Andrei Tarkovski. Y Luis Alberto de Cuenca, que no sólo ha ocupado cargos de responsabilidad, sino que también es un muy buen poeta. Hace poco conocí a otro que escribía, con razón, que “al guardar un tesoro con cuidado, habitualmente se pierde”. ¡Ay los poetas!

¿Qué tienen en común poesía y arquitectura? ¡La precisión! La poesía no sólo tiene que sonar bien, tiene que resonar. Un ejemplo excelente nos lo da San Juan de la Cruz cuando dice “un no sé qué que quedan balbuciendo” y hace que el propio verso balbucee. En arquitectura pasa algo parecido, aunque muchas veces la gente no se da cuenta. Que un techo esté a 2,20 m o 2,40 m hace que cambie todo en la percepción que tenemos de un mismo espacio.

¡Entonces es una cuestión matemática! Literalmente. Cruel a veces. La precisión provoca la emoción. El primer día que entraron los empleados en mi edificio del Cubo, sede de la Caja de Granada, a uno de ellos se le saltaron las lágrimas. Ahora, cada vez que paso por allí lo primero que hago es acercarme a saludarle.

La memoria parece ser algo que también comparten arquitectura y poesía. Son muy conocidas las fotografías delante del Partenón tanto de Mies Van der Rohe como de Le Corbusier, por hablar de dos maestros indiscutibles de la modernidad que estaban orgullosísimos de mostrar su amor por la historia de la arquitectura. También para ellos la belleza era el esplendor de la verdad, tal y como decía Platón y repetía San Agustín. En arquitectura son muy frecuentes sin embargo las mentiras, pero no funcionan. A los arquitectos que mienten siempre se les acaba viendo el plumero.

Cuándo proyecta una biblioteca, ¿qué pregunta se hace? Hace unos años estuve un sabático en Columbia University y pasaba mucho tiempo leyendo en la biblioteca. Mi asombro fue que el único que leía y escribía sobre un papel era yo. El resto estaba delante de la pantalla de sus ordenadores portátiles. Yo sigo pensando que el libro es maravilloso. Las lágrimas se derraman sobre las páginas, no sobre las teclas. Ahora mismo estoy haciendo la ampliación del Liceo Francés de Madrid, donde se incluye una biblioteca. La cuestión fundamental es la luz, la luz del norte, para leer bien. La luz es el tema.  

 

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